Hace un cuarto de siglo, el 29 de julio de 2000, René Favaloro decidió terminar con su vida con un disparo al corazón. No fue solo la acción desesperada de un hombre cansado, sino el grito silencioso de un sistema que lo había dejado solo, atrapado en una maraña burocrática, financiera y política.
Favaloro fue un genio de la medicina, un pionero que desarrolló el bypass coronario y salvó miles de vidas alrededor del mundo. Pero ese mismo hombre que llevó su conocimiento a la excelencia, volvió a su país con la esperanza de transformar la salud pública y encontró puertas cerradas, indiferencia y corrupción.
¿Por qué un hombre que dio tanto a la humanidad terminó en esa soledad dolorosa? La respuesta no es un misterio, aunque a menudo se quiera disfrazar con discursos de “problemas personales” o “tragedias individuales”. Favaloro fue víctima de un Estado que abandonó la salud pública, que no valoró ni apoyó el proyecto de su fundación, y de una sociedad que no supo evitar que su sistema sanitario se degrade hasta niveles insostenibles.
Su muerte fue un espejo cruel para Argentina: un reflejo de la precariedad, el desinterés y la falta de compromiso con el derecho básico más elemental, la salud. A 25 años, ¿qué cambió realmente? ¿Cuántos otros Favaloro quedaron en el camino? ¿Cuántos profesionales y pacientes sufren las consecuencias de un sistema que sigue sin garantizar la justicia social en salud?
Recordar a Favaloro no debería ser solo un acto de homenaje, sino una invitación urgente a la autocrítica. La memoria de su disparo debe despertar en nosotros la reflexión profunda sobre nuestras prioridades como sociedad. Porque mientras la salud siga siendo una deuda pendiente, su legado seguirá incompleto.