A menudo, la depresión es malinterpretada. Se cree que siempre se manifiesta en lágrimas constantes o en una tristeza visible. Sin embargo, muchas veces se presenta de forma silenciosa, invisible, como una ausencia de emoción, de fuerza o incluso de voluntad para levantarse.
Hay quienes logran cumplir con sus obligaciones diarias con una sonrisa educada, mientras por dentro sienten un vacío enorme. Otros no logran siquiera salir de la cama. La depresión adopta muchas formas, y todas ellas son válidas.
Imaginar la depresión como un conjunto de mantas pesadas puede ayudarnos a comprenderla: una de “sentir demasiado”, otra de “no poder expresarlo”, una más de “no dormir bien”, otra que pregunta “¿por qué me siento así si todo está bien?”. Y en el fondo, la persona, intentando respirar bajo ese peso.
No, no es exageración. No es flojera. Es una desconexión profunda con lo que nos sostiene: nuestra alma, nuestro sentido, nuestro vínculo con lo esencial.
En algunas culturas ancestrales, los sabios preguntaban ante una persona en crisis: “¿Cuándo dejaste de cantar? ¿De bailar? ¿De contar historias junto al fuego? ¿De conectar con lo sagrado?”. Porque entendían que cuando dejamos de crear, de compartir, de agradecer, algo dentro de nosotros comienza a morir en silencio.
¿Qué podemos hacer?
No hay una fórmula única, pero sí pequeños caminos posibles: Reconocer lo que sentimos. Validarlo. Pedir ayuda. No tenemos que atravesar esto en soledad. Buscar compañía que nos nutra. Salir al sol, mover el cuerpo, respirar aire puro. Comer con conciencia, no por ansiedad ni castigo. Dormir bien. Tomar agua. Aprender algo nuevo, aunque sea mínimo. Crear: escribir, pintar, cantar, aunque no sepamos cómo.
– Escuchar. Escucharnos. Reconectar con lo invisible: con la fe, con la espiritualidad, con la naturaleza o aquello que nos conecta con algo mayor.
Como escribió la activista y filósofa progresista bell hooks, “Sanar no significa que el daño nunca existió. Significa que ya no controla tu vida”. Esa frase puede guiarnos en este camino.
La depresión es, muchas veces, el alma pidiendo atención. Una súplica silenciosa por volver a lo esencial, por volver a nosotros mismos. Y eso no es debilidad. Es humanidad.