El Mensajero

La violencia como método y discurso.

El gobierno de Javier Milei ha consolidado una estrategia de control basada en dos pilares fundamentales: el uso de un discurso agresivo y descalificador desde la cúpula del poder y la represión sistemática de la protesta social. Ambos aspectos conforman un modelo de gobierno que deslegitima la disidencia y criminaliza la organización popular.

Escribe: La Mosca

Desde el inicio de su gestión, Milei ha hecho de la violencia verbal una marca de su liderazgo. Sus discursos están plagados de insultos y ataques directos a periodistas, dirigentes sociales, legisladores y cualquier sector que se oponga a su programa de ajuste.

Conceptos como “ratas”, “parásitos” o “delincuentes” se han vuelto habituales en su retórica, en un intento por desacreditar a quienes cuestionan sus políticas.

Este discurso no es un simple exabrupto: forma parte de una clara estrategia de polarización y hostigamiento que busca generar un enemigo interno para justificar sus medidas.

En paralelo, la represión ha sido otro de los ejes centrales del gobierno. Desde el protocolo antipiquetes de Patricia Bullrich hasta la feroz represión a manifestaciones contra la Ley Ómnibus y el DNU, el Estado ha respondido con violencia a las expresiones de protesta.

La salvaje represión, con palos, gases y golpizas a jubilados, con acciones y justificaciones propias de la dictadura son el triste corolario de la política violenta del gobierno libertario.

Las calles de Buenos Aires en medio de la protesta vislumbraban mensajes hacia la ministra de seguridad

La criminalización de la movilización social, con detenciones arbitrarias y procesos judiciales contra manifestantes tampoco es casualidad. Es una evidente estrategia que busca desalentar la participación y generar un clima de miedo.

Este combo de violencia discursiva y represión física no solo debilita la democracia, sino que instala un modelo autoritario de resolución de conflictos. En lugar de abrir espacios de diálogo y negociación, el gobierno apuesta por la imposición, el castigo y la estigmatización de la disidencia.

Es tarea de todos los argentinos manifestarnos en contra de estos métodos, repudiar el lenguaje y el accionar del gobierno. Sus palabras y formas ya no son sólo una manera de llamar la atención, o un mecanismo para obtener notoriedad en medios y redes sociales. Es una política planificada, recurrente, lógica y bien orquestada.

 

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